lunes, 2 de noviembre de 2009

Cierre de Edición



En esta entrevista anónima con José Alejandro Castaño, la experiencia del escritor y cronista paisa como editor de El Heraldo retrata fielmente un caso ejemplar y sirve como diagnóstico certero de un conjunto de males sintomáticos del periodismo colombiano.

Hasta hace unos meses, José Alejandro Castaño fue el editor general de El Heraldo. El escritor y cronista paisa había llegado a la redacción del periódico barranquillero precedido por una envidiable hoja de vida: premio Iberoamericano de Periodismo Rey de España, premio Latinoamericano de Literatura Casa de las Américas, cuatro Premios Simón Bolívar y la publicación de los elogiados libros ¿Cuánto cuesta matar a un hombre? y Zoológico Colombia, además de artículos en reconocidas revistas internacionales. Después de casi dos años, tras haber creado desde cero el periódico popular de la casa y haber timoneado las enrevesadas corrientes editoriales de El Heraldo, Castaño dejó la publicación. Los motivos de esa separación y lo ocurrido durante los meses de creación de Al Día y de edición general de El Heraldo –meses que según el EGM presentaron un significativo aumento de lectores– despertaron el interés de un periodista por aclarar algunos puntos sensibles directamente con la fuente. El resultado fue esta entrevista que circuló originalmente a través de Red Caribe, con explícita reserva de la identidad del periodista. Hoy, cuando El Heraldo continúa sin editor general y la crisis ataca con cruel preferencia a los medios impresos, las respuestas de Castaño siguen retratando fielmente un caso ejemplar y sirviendo como diagnóstico certero de un conjunto de males sintomáticos del periodismo colombiano.

¿Por qué salió usted de El Heraldo: ¿lo despidieron o renunció?
Ese asunto, francamente, me parece anecdótico. La verdad es que ya no soy el editor general del periódico.
En la redacción del periódico dicen que usted ya había comunicado su decisión de renunciar desde finales de enero de 2009...
Desde antes, en realidad, pero convine con la jefe de redacción de El Heraldo y de Al Día que solo haría formal mi decisión tras el Carnaval para no entorpecer el cubrimiento que ya habíamos comenzado.
Usted estuvo vinculado como editor general, primero en Al Día y luego en El Heraldo, por casi dos años. ¿Cuál es su balance de esa experiencia?
Son dos momentos distintos. Yo fui contratado a toda prisa para conjurar la amenaza que representaba un nuevo periódico popular de origen cachaco en Barranquilla. El Colombiano de Medellín y El País de Cali tenían periódicos populares muy exitosos desde hacía más de tres años y decidieron, junto con El Universal de Cartagena, jugar en el mercado de Barranquilla. En apenas un mes yo debí inventar Al Día de la nada: desde diseñar sus páginas, secciones y estilo tipográfico hasta contratar periodistas. Fue un esfuerzo maratónico.
Y pronto se convirtió en un fenómeno...
Sí. Un año después, Al Día logró más de medio millón de lectores, trescientos mil más que el periódico Nuestro Diario, que luego tuvo que llamarse Q’hubo por un revés legal que no pudieron sortear con éxito sus propietarios. Un año después, contra todo pronóstico, Al Día ya era el periódico popular más leído del país y el tercero con más lectores después de El Tiempo y El Espectador. Fue un milagro editorial sin precedentes en Barranquilla ni en la Costa Caribe.
Claro, pero sobre la calidad de ese periódico siempre hubo reparos. Muchos creen que es amarillista, oportunista, que se hizo popular mostrando ahorcados, macheteados y mujeres desnudas...
Eso no es cierto. Mostrar muertos y tetas no es la fórmula ganadora de Al Día. La Libertad, para mencionar el periódico amarillista por excelencia de la ciudad, sí exhibe las cabezas amputadas desde todos los ángulos, a todo color, a doble página, y sin embargo, en solo un año, ya tenía cuatrocientos mil lectores menos de los que tenía Al Día. Nosotros no publicábamos fotos de los muertos desplegadas en páginas interiores y nunca sacamos mujeres desnudas, nunca.
Y entonces, según usted, ¿dónde radica el éxito de Al Día?
Es una mezcla de muchas cosas. Por ejemplo: un acierto en su esquema de circulación, que vinculó a más de dos mil mujeres cabeza de familia que antes no tenían ningún tipo de ingreso. Pero no fue solo entregarles el periódico. Yo dicté, no sé, nueve, doce talleres a esas mujeres, en sus barrios, en sus zonas de venta, para explicarles en qué consistía la diferencia de Al Día con respecto a los demás diarios de la ciudad, cómo había que ofrecerlo, cuáles eran sus secciones, sus énfasis temáticos día por día, en fin. Y todos los días, sin excepción, me reunía con los vendedores para calibrar la aceptación de los lectores en la calle. Un editor general no hace esas cosas, seguro, pero digamos que el esquema tan singular que diseñé para Al Día me fue imponiendo ese tipo de tareas.
Los titulares de Al Día siempre crearon controversia, ¿usted los ponía? Para muchos se trata de un verdadero irrespeto a la ciudad.
El éxito de Al Día es que se parece a la ciudad que lo bien parió. A mí siempre me resultó divertido escuchar a locutores radiales al parecer ofendidos por este o aquel titular y que, para criticar o cuestionar, recurrían a las mismas palabras usadas en el titular. El éxito de Al Día consiste en que se parece a los barranquilleros, habla como los barranquilleros, sin recurrir nunca a vulgaridades, pero sí: no se anda con mentiras. A las cosas las llama por su nombre, como hace la gente en Barranquilla.
Y usa un humor macabro, ¿no?
Humor sí, pero no macabro. Es que el barranquillero es así, gozón, y punto. ¿Qué será más currambero que la figura de un hombre sin cabeza que carga su propia testa sangrienta en una mano y en otra agita un machete? ¡Y eso lo hace al son de música de fandango! El barranquillero es mamagallista y ese es, probablemente, su mayor antídoto contra todas las tragedias que lo acosan.
¿Pero burlarse del dolor de los demás con titulares satíricos no es excesivo?
Le respondo con un ejemplo: la policía captura a un grupo de ladrones conocidos como Los Bachilleres y Al Día publica sus fotos con el siguiente título: ¡Los graduaron! Seguro que a ellos y a sus familias ese titular les resultará incómodo, burlón, pero el ciudadano, el que festeja la eficacia policial, encuentra ese titular cercano, entendible, contundente.
Y lo del panadero al que le dieron “Pan pan”.
Ese titular nunca salió en Al Día. Lo que pasa es que el fenómeno del periódico ha sido tan masivo que la gente recrea sus propios titulares y luego los repite creyendo que los vio en el periódico. Mire: cuando los periodistas van a los barrios a cubrir una noticia, la gente les grita posibles titulares. Sí, la titulación es uno de los distintivos de Al Día, no le quepa la menor duda.
¿Es verdad que, pese al enorme negocio que representa, algunos de los dueños quieren cerrar el periódico?
Apenas 21 meses después de su creación, Al Día es un negocio de casi dos millones de dólares al año y aún tiene mucho que crecer en términos de mercadeo. Cerrarlo sería una idiotez que no creo que alguien vaya a cometer.
¿Pero sí hay descontento de algunos dueños?
Sí, y es entendible. Los periódicos populares les imponen una condición vergonzante a los propietarios de diarios tradicionales. Para ellos cada vez es más difícil asistir a reuniones de negocios y a eventos sociales donde ya casi no les hablan del periódico que heredaron de su padre o de su abuelo sino del tabloide popular que es sensación entre los taxistas. Pero es una situación común a los dueños tradicionales de periódicos en América Latina. Todos ellos, unos más, otros menos, todavía se creen regentes de la moralidad, salvaguardas de la tradición social de sus ciudades. La noticia de un sacerdote violador, de un indigente ahorcado, de un policía travesti siempre les supone cuestionamientos éticos.
¿Por qué les pasa eso?
Porque insisten en vivir en una época que no existe. Está claro que la actual generación de propietarios de periódicos heredaron las empresas de sus primeros parientes pero no necesariamente su talento. La única relación que muchos de ellos han mantenido con los diarios fundados por sus padres, abuelos o tíos ha sido asistir a las reuniones donde se discuten presupuestos y se definen los pagos mensuales a los que tienen derecho como propietarios, nada más. A diferencia de lo que ocurre en Europa o Estados Unidos, donde las empresas periodísticas de origen familiar han mutado a compañías independientes, en América Latina los diarios tradicionales todavía insisten en conservar cierta aristocracia, una que, por cierto, ya no tienen. Los nuevos propietarios de diarios tradicionales, casi ninguno de ellos periodistas de formación ni de oficio, todavía no se enteran de que la supervivencia de sus empresas ya no depende de los apellidos de sus patriarcas fundadores sino de la calidad de sus contenidos.
Y en ese punto, ¿qué tanto ha avanzado El Heraldo?
Quisiera advertirle que hablo de esto porque ya antes lo he hablado con los dueños del periódico...
¿O sea que no está siendo desleal o algo así?
Así es.
¿Tan mal está El Heraldo que debe hacer semejante salvedad?
El caso de El Heraldo es apenas similar al de otros tantos. Su mal no es una enfermedad única, digamos exclusiva.
¿Y cuál es esa enfermedad?
Pérdida crónica de lectores y de circulación. En los últimos informes del Estudio Nacional de Medios, mientras Al Día crecía a toda velocidad, El Heraldo pasó de casi 300 mil lectores a menos de 120 mil.
¿Cuántos periódicos dejaron de venderse entonces?
Ese es un dato que por supuesto no voy a darle. Pero sí: El Heraldo pasó de ser el periódico regional de más alta circulación del país a ser el de la más baja. En apenas tres años, el diario líder de la Costa es casi una cuarta parte de lo que fue.
¿Por qué? ¿Se equivocaron los dueños trayendo primero a Sergio Ocampo como editor general y luego a usted creyendo que serían la solución?
Esa puede ser una respuesta, pero me parece que sería simplista y en todo caso equivocada. El evidente fenómeno de encogimiento, de pérdida de lectores, de número de ejemplares vendidos en las calles, de falta de renovación de suscriptores, es la suma de años y años de desidia administrativa, de desaciertos gerenciales. El modelo administrativo de El Heraldo es tan anticuado que uno no deja de sorprenderse. El error en este caso es que las directivas siguen trasladándole la responsabilidad exclusiva de la pérdida de lectores a la redacción. Ese es su primer error.
¿Y el segundo?
Mire: El Heraldo siempre fue un árbol frondoso que creció y dio frutos sin necesidad de más abono ni más cuidados del que espontáneamente le dio la tierra en la que fue sembrado. Mientras El Colombiano, El País, incluso Vanguardia Liberal de Bucaramanga y El Universal de Cartagena, periódicos más pequeños que el de Barranquilla, modernizaron sus salas de redacción hace diez años, adquirieron plataformas tecnológicas de última generación y rediseñaron sus periódicos, El Heraldo recién lo hizo el año pasado. Pero aún no le contesto: el segundo error de las directivas es la falta de compromiso. ¿Sabe usted cuál es el periódico regional de más bajos salarios?, y por supuesto le estoy hablando de los que circulan en las cuatro ciudades más importantes del país.
Ese sí es un tema delicado...
Claro, y todo el mundo prefiere no hablar de eso. Pero la verdad es que en El Heraldo hay periodistas que ganan menos que los conductores que reparten suscripciones. Recuerdo el caso de una profesional de la sala de redacción que gana 570 mil pesos, igual que el celador de un parqueadero. Hay fotógrafos que reciben quincenas de 260 mil pesos, y son profesionales egresados de universidades de la Costa. Mientras periódicos como El Colombiano o El País no vinculan a periodistas por debajo de un millón cien mil pesos de básico, el 60% de los periodistas de El Heraldo ganan menos de 850.000. La circulación del periódico se parece mucho a su nivel salarial, y a mí eso me resulta muy revelador del actual estado de cosas.
Varios periodistas de El Heraldo me dijeron del malestar suyo por las pésimas condiciones en las que trabajan algunos de los corresponsales, ¿es verdad?
Sí. Algunos corresponsales no tienen computador, ni grabadora, ni cámara fotográfica y deben, incluso, prestar dinero para cubrir gastos mínimos como llamadas y carreras de taxis que el periódico se tarda hasta dos meses en reembolsarles. Yo, y por favor no vaya a reírse, no alcancé a recibir carné como editor general de El Heraldo, y estuve seis meses en el cargo. Mi primer contrato formal lo firmé 93 días después de estar trabajando y varias veces me vi autorizando carnés de cartulina, hechos por los propios periodistas, para que pudieran acceder a alguna oficina estatal. Este dato es muy diciente: en los últimos once meses, 21 periodistas renunciaron a El Heraldo. ¿Qué continuidad de trabajo puede tener un editor general con más de un tercio de su redacción renunciando?
¿Cuál fue su punto de quiebre para decidir marcharse, el momento en que usted dijo hasta aquí?
Hubo varios. Uno de ellos fue cuando decidí cancelar el contrato de la firma Primera Página, que nos surtía de información nacional en Bogotá, porque me pareció que su trabajo no era del todo el que necesitábamos. Sorprendentemente la junta directiva se negó a reemplazarme ese servicio, tan vital para la redacción. Es por eso que, desde finales del año pasado, El Heraldo cubre casi todas sus informaciones nacionales viendo los noticieros de televisión de Caracol y de RCN. Por respeto a sus lectores, un periódico serio no admite eso. Pero no fue el único revés. Para mí hubo un punto que lo colmó todo: a comienzos de febrero me llegó una notificación de mi EPS en la que se me informaba que El Heraldo debía varios meses de mis aportes al sistema obligatorio de salud, aportes que sin embargo me fueron descontados de mi salario. Yo no lo sabía, pero desde noviembre ni mis hijas ni yo teníamos cobertura de salud, tal y como exige la ley. Si eso le ocurre al editor general, ¿se imagina lo qué puede pasarle al corresponsal de Montería, de Valledupar, de Ciénaga?
¿Será por eso que las nuevas generaciones de periodistas de la región no quieren trabajar en El Heraldo?
Sí, por eso, pero no solo en El Heraldo. Los sueldos de la radio barranquillera también dan vergüenza. Ahí es peor: los periodistas deben comercializar información a cambio de dinero, lo cual es gravísimo. Se ferian igual que modelos prepagos. Y que nadie se aterre. Ese es pan de todos los días en Barranquilla.
Pero la opinión de las directivas es que en El Heraldo sobran la mitad de los periodistas. Uno de los propietarios lo ha repetido varias veces entre colegas de otros medios...
Sí, es verdad. Ellos creen que sobran entre el 40% y el 50% de los periodistas actuales. Y su lógica parece irrebatible: ¿por qué antes, cuando el periódico circulaba el doble, y tenía cinco veces más lectores que ahora, todo se hacía con la mitad de los periodistas de ahora?
Bueno, ¿y usted qué piensa?
Ya le dije: algunos, equivocadamente, añoran un tiempo pasado. Antes, en efecto, el director consejero Juan B. Fernández Renowitsky hacía las veces de director, gerente, editor general y jefe de redacción, pero eran otras épocas. Es que antes, un solo periodista llenaba una página, pero ahora es imposible. Las páginas de los periódicos se modularon, tienen recuadros, infografías, textos tipo resumen, microformatos explicativos, balcones en los encabezados, en fin. Ahora, en cambio, hasta tres o cuatro periodistas intervienen en una página.
Y sin embargo usted despidió a periodistas de Al Día y de El Heraldo. De alguna forma les dio la razón a los que hablan de que sobra gente.
Es verdad que despedí un par de periodistas, pero por su desempeño, y siempre pedí reemplazarlos. No creo que la solución a los problemas financieros de los periódicos sea el desmantelamiento de sus salas de redacción cuando, por otro lado, se insiste en invertir fortunas en insertos coleccionables que cada vez atraen a menos lectores, o se les pagan sueldos millonarios a ejecutivos cuyo único talento consiste en diseñar presentaciones en Power Point.
¿El Heraldo sigue siendo un buen periódico?
Es un diario con evidentes deficiencias de escritura, errores ortográficos y de redacción imperdonables. Pero digamos que eso, aunque sustancial, es un lío remediable. El gran déficit de El Heraldo es que dejó de ser reflejo de la ciudad y por eso, justo por eso, la gente bien puede valerse sin necesidad de sus contenidos. Con cinco periódicos circulando en la ciudad, uno de ellos gratuito, y al menos dos revistas mensuales, los barranquilleros le perdieron la pista a El Heraldo. Hoy lo reflejan las estadísticas: solo 130 mil personas, de los cerca de un millón y medio de habitantes que tiene Barranquilla, lo siguen leyendo. Eso es menos del 9% de la población.
Y en toda la región caribe, ¿es verdad que El Heraldo ya ni siquiera circula tres mil ejemplares?
No voy a contestarle esa pregunta.
¿Qué hizo usted para frenar esa tendencia de pérdida de lectores?
Yo me hice una primera pregunta cuando acepté ser editor general de El Heraldo: ¿dónde estuvo el periódico todo estos años, mientras los políticos corruptos se llenaban los bolsillos con la plata de los barranquilleros? Esto lo hablé muchas veces con los periodistas, y para mí siempre fue una prioridad: por alguna razón, El Heraldo, lo mismo que La Libertad y los noticieros locales de radio y televisión se callaron verdades, unos por miedo, otros por falta de compromiso con la ciudad y otros porque recibieron dinero de los corruptos a través de ese cartel de compra de conciencias que se llama pauta publicitaria oficial. Yo les propuse a los periodistas de El Heraldo una agenda propia, libre de compromisos con nadie.
¿Es verdad que prohibió asistir a ruedas de prensa?
Las ruedas de prensa son el gran artificio de los comunicadores organizacionales. Y pocas veces son útiles, al menos en Barranquilla, como insumo periodístico. Son oportunas para que los explotados periodistas radiales vendan sus espacios al funcionario de turno y le pidan pauta como quien pide limosna. Yo propuse que El Heraldo solo asistiera a las ruedas de prensa si las informaciones entregadas en ellas se complementaban con reportería propia.
Usted ha dictado talleres de periodismo en Perú, Uruguay, Buenos Aires y hasta en Cuba, y siempre se ha quejado allí, por lo que he leído, de que los periodistas son ahora unos perezosos de tiempo completo. Le oí eso mismo durante el pasado Carnaval de las Artes.
Más que una queja es una profunda convicción. La velocidad de la tecnología, las salas de redacción virtuales, los procesadores de texto, las grabadoras digitales, las cámaras de última generación, el ilimitado mundo de internet terminaron por imponernos la velocidad de la inmovilidad. Cada vez los periodistas quieren caminar menos, fatigarse menos, preguntar menos, investigar menos. Son los días del periodismo regurgitado desde las oficinas de prensa de los despachos oficiales. Hasta hace muy poco, usted podía leer comunicados completos en El Heraldo presentados como periodísticos. Por suerte eso se corrigió. Yo solo concibo el periodismo como un oficio de calle, de esquina, de barrio, de búsqueda fatigosa, libre de compromisos distintos a la verdad. Dirán que soy iluso. Algunos ingenuamente me llegaron a tildar de alzado, una expresión despectiva que denota bravuconería. Yo no soy así.
¿Es verdad que el alcalde Char, en un arranque de ira por un texto de El Heraldo, canceló la suscripción del periódico?
La Barranquilla corrupta de los políticos de siempre está llena de calles que aparecen pavimentadas hasta tres veces en Planeación Distrital, cuando en realidad son trochas intransitables. La gente, ingeniosa, en todo su derecho, ha bautizado algunos de esos huecos que llevan años en sus barrios con los nombres de algunos funcionarios: eso lo descubrimos caminado las calles y un domingo decidimos hacer un listado de los huecos más antiguos, peligrosos y odiados por los barranquilleros. Estaban el Cura Hoyos, el Hoenigsberg, el Caiaffa, el Name y el Alejandro Char, entre otros muchos. Eso, claro, tal cual lo dijo la comunidad, con fotos y direcciones y hasta medidas exactas de los huecos, salió en el periódico. Al parecer el alcalde se molestó mucho, aunque, según él mismo dijo, nunca canceló la suscripción.
¿Pero esa no fue una falta de respeto con la primera autoridad del Distrito?
De ninguna manera. Eso no se lo inventó la periodista que hizo la reportería. Los periódicos no deben falsear la verdad en beneficio de un alcalde o de cualquier otra persona. Algunos creen que apoyar a Barranquilla es mantener una actitud ceremonial con su alcalde, con sus concejales. Y en aras de la buena imagen institucional, muchos proponen callar verdades, disimular tristezas, ocultar hallazgos. El año pasado, una empresa procesadora de pollos contaminó un barrio entero con sus aguas residuales, lo que supuso una delicada emergencia sanitaria que duró varios días. A mí me pareció que, además de denunciar ese hecho, los barranquilleros debían saber que los propietarios de la compañía contaminante eran de la familia del alcalde Alejandro Char.
¿Y hubo malestar de las directivas del periódico por eso?
Mucho. Dijeron que estábamos persiguiendo al alcalde y que de esa manera afectábamos a Barranquilla. Vaya despropósito.
¿Los Char han amenazado al periódico con retirarles su millonaria pauta publicitaria?
Mientras yo estuve como editor, aunque era un temor de las directivas, nunca pasó que cancelaran un aviso como medio de presión. Hasta donde a mí me consta son personas distantes, muy serias. Nunca recibí una llamada de nadie, ni siquiera del alcalde, con quien jamás hablé en un plano personal.
¿Es verdad que usted tiene un mal concepto del alcalde?
Falso. En lo personal me parece un alcalde comprometido, francamente no creo que esté robando, como algunos otros que lo antecedieron en el cargo. Lo que sí creo, y fue algo que intenté que esclareciera El Heraldo, es que una cosa es que Alejandro Char sea el alcalde más popular del país y otra que sea el mejor alcalde del país. Son dos cosas bien distintas. Hasta ahora, la valoración de su trabajo es emotiva, todavía sin más aciertos que su compromiso personal. Casi toda su gestión está por verse.
¿Por qué tanta gente en los medios insiste en que usted es un tipo muy poco tratable?
Quizás lo dicen porque nunca acepto ir a desayunos, a comidas, a reuniones privadas. Yo copié como consigna un postulado de Antanas Mockus cuando fue alcalde de Bogotá, y no me cansé de repetírselo a cada funcionario y colega que nos visitó en la redacción de El Heraldo: “No me proponga en privado lo que no sea capaz de proponerme en público”.
¿Es verdad o ya es parte del mito que incluso se negó a recibir regalos el día del periodista?
Es cierto. Yo publiqué el siguiente aviso en Al Día y lo repetí varias veces antes de la fiesta del periodista: “Agradecemos las muestras de afecto y consideración por nuestro oficio pero les rogamos a las empresas estatales y privadas, a sus empleados y directivos, abstenerse de enviar cualquier tipo de presente a esta redacción por el día del periodista. Su respeto y distancia son nuestro mayor reconocimiento”.
¿Y qué pasó?
(Risas) Que muchos se sintieron ofendidos, funcionarios y periodistas, vea usted. Algunos me ponían mensajes insultándome o me mandaban razones. Nada importante.
Una última pregunta. ¿Cómo ha hecho el director Gustavo Bell Lemus para sobrevivir a las renuncias de tres editores generales en tan poco tiempo sin verse siquiera cuestionado?
Esa pregunta no es para mí sino para las directivas del periódico.
¿En dónde ve El Heraldo a la vuelta de dos años?
Con el actual modelo empresarial seguirá perdiendo circulación y lectores. El Heraldo es patrimonio de la Costa y no debe desaparecer, pero tal y como está ahora, sin un plan gerencial a largo plazo, sin ninguna estrategia de difusión de marca, con una redacción empobrecida y sin recursos, con una página web tan ineficaz, en fin, tal y como va, los días de El Heraldo están contados. Lo mejor que le puede pasar al periódico es que sus actuales propietarios admitan sus limitaciones conceptuales sobre el negocio y lo vendan.
¿Supo de ofertas en concreto de algún inversionista que quiera comprar el periódico?
Esa pregunta tampoco se la puedo contestar.
¿Se marcha molesto de Barranquilla?
De ninguna manera. Yo solo tengo palabras de gratitud y amor por Barranquilla, por su gente, que es buena, alegre y generosa. Aquí dejo amigos entrañables, personas que considero hermanas. Me voy sin amarguras, liviano, tranquilo, en paz.