viernes, 13 de julio de 2007

Botellazos al Dios de las palabras

Botellazos al Dios de las palabras

Por: Roosevelt Castro.

Hace diez años, en el marco del Primer Congreso Internacional de la Legua Española realizado en Zacatecas (México), el premio Nóbel de literatura colombiano, Gabriel García Márquez, se pronunciaba ante un auditorio repleto de gente ávida de escuchar su “mamadera de gallo” y sobre el “realismo mágico” de la ortografía. Su ponencia la tituló: “Botellas al mar al Dios de las palabras”.

Entre chascarrillos y de manera anecdótica nos recordaba el escritor de Aracataca (Magdalena) su reencuentro con el poder de la palabra. Cuenta que un día cualquiera se hallaba en su pueblo natal, donde su padre laboraba como telegrafista, y una bicicleta y su tripulante se acercaban presurosos a dónde él se encontraba. Sin pausa y con mucha prisa el ciclista estuvo a punto de atropellar al imberbe “Gabo”. Un grito destemplado del cura del pueblo lo previno de un casi fatal accidente. ¡Cuidado!, fue el grito de advertencia. García Márquez, de 12 años, logró esquivar y el ciclista cayó de bruces al piso. El señor cura sin detenerse, le dijo: “¿Ya vio lo que es el poder de la palabra? “. Ese día lo supo. Ahora sabemos, además, que los Mayas lo sabían desde los tiempos de Cristo, y con tanto rigor que tenían un dios especial para las palabras.

Luego, entre en serio y en broma, intenta “suavizar” su discurso poniendo de manifiesto una “revolución de la ortografía”.

Me detengo en la primera parte de la ponencia. Es que ese “poder de las palabras”, de la que habla el escritor colombiano, va más allá de su real dimensión Es un poder para construir, un poder para estar juntos, es un poder para que no nos dominen con el miedo y la desesperanza como lo hacen, y casi de forma descarada, desde los diferentes medios de comunicación.

Alguna vez reflexionaba acerca del poder del periodismo llamado por algunos como “el cuarto poder”. Entre lo que decía en mi ensayo es que en nosotros, los periodistas, esta la re-construcción de un país mejor para todos los que habiten en él, respetando sus convicciones y creencias, su intimidad, su desarrollo de la personalidad y entendamos y hagamos entender que el derecho a la vida es inviolable.Así, el periodismo se convertirá en un cuarto poder... un poder para el servicio y para el amor.Pero (lastimosamente siempre lo va a haber)…los medios de comunicación son propiedad de muchas de las clases hegemónicas de nuestro país quienes, al mismo tiempo, son los que acceden al poder político, por ello es muy lírico realizar un “periodismo para la vida” cuando la oficialidad está tamizando la realidad de un país desangrado y violentado.

Además, el poder oculto, y otras veces no tan oculto, de la censura. La mordaza ha existido y existirá en un país del que todo lo tapen porque huele a mal, así como acontece con los gatos. Un país de corruptos y avivatos que se sigue enriqueciendo con el dolor ajeno. Un país prejuicioso y pernicioso.

Así las cosas, el “relato póstumo de un náufrago” que hace el Dr. Guillermo Zea Fernández en la revista CIERTO, del bimestre abril –mayo de 2007, es una defensa al “robo descarado de la propiedad intelectual” y unos “botellazos al mar al Dios de la palabras”.

El abogado Zea Fernández, especialista en propiedad intelectual, hace una defensa infructuosa de Luís Alejandro Velasco, un náufrago que se salva, luego de que su embarcación se hundiera hace más de medio siglo en las costas del caribe colombiano. Velasco es el único sobreviviente de 8 marineros colombianos que naufragan en una nave de guerra de la marina. Él, en una pequeña balsa y casi moribundo, llega a las playas colombianas, luego de diez días de suplicio, con hambre y mucha sed.

En 14 reseñas, el periódico El Espectador cuenta la odisea de este Ulises criollo; historia que el periódico capitalino insiste en que es propiedad del marinero colombiano. El reportero asignado para la trascripción del relato fue Gabriel García Márquez.

Tiempo después, y con el apoyo cómplice de su editor, “Gabo” convierte los relatos del naufrago en un libro. “Relatos de un náufrago” es la obra que sale del “ingenioso” ex periodista y ahora connotado escritor.

La querella para reconocer la propiedad intelectual de Luís Alejandro Velasco de aquellos relatos se convirtió en unas “botellas al mar al Dios de las palabras”. En un olvido que no tuvo reconocimiento. En “cien años de soledad” para el triste marinero. Sí, Velasco, ese apesadumbrado hombre de mar, no tuvo sino un grado menor en los menesteres marítimos. De pronto si hubiera sido coronel le rasguñarían algunas letras, pero tampoco: al “coronel no tienen quien le escriba” ó en esa vorágine en que se convirtió su historia no quedaría “El general en su laberinto”.

“La hojarasca” y “La mala Hora” le llegaron a Velasco “Un día después del sábado”, luego de que García Márquez negara la autoría intelectual de los relatos de este naufrago. Fue una burla de este estudiante de derecho y ahora convertido en un genial escritor de nuestro país.

Es que los gritos destemplados de ese “Relato de un náufrago” no tuvieron oídos en Gabriel de la Concordia García Márquez. No fue Concordia sino la manzana de la discordia los relatos del marinero que su voz se convirtió en un “Monólogo de Isabel viendo llover a Macondo” o de pronto en “la increíble y triste historia de la cándida Eréndira y Su abuela desalmada”.

Lo más increíble ha sido que los medios de comunicación, a los que perteneció por mucho tiempo este escritor nacido un 6 de marzo de 1927, nunca hicieron eco de la protesta sana y sabia de Luís Alejandro Velasco. No fue noticia de primera página, como lo han sido otras. “Las noticias de un secuestro” o de una toma guerrillera, o la violación de los derechos humanos, siempre han ocupado los titulares de los diarios. Es una apología al dolor, a la tristeza, al desencanto. Periodismo vampierezco, de sangre. Periodismo que repugna y que asquea. Sólo se limitaron a “quemarle el respectivo incienso” al hijo de Gabriel Eligio García y de Luisa Santiaga Márquez Iguarán, pues en este 2007 le tenían preparadas las tres tortas de cumpleaños: una por sus 80 años de vida, otra por sus 40 años de publicación de su best seller “Cien años de soledad” y la última torta por sus 25 años del otorgamiento del Premio Nóbel de Literatura.

Las celebraciones por sus onomásticos fueron en grande. La fiesta de su cumpleaños número 80 fue transmitida en vivo y en directo. Los reconocimientos por sus bodas de plata a su logro más importante, el Premio Nóbel, fueron mostrados por todos los medios del país. Las 4 décadas de la aparición de su obra cumbre “Cien años de soledad” igualmente tuvo ese interés mediático, pocas veces visto en nuestra “pantalla chica”. A todos estos ágapes, el Nóbel colombiano respondía con una soberbia bárbara, con un aire de grandeza muy similar al “Dios de las palabras” de los Mayas.

En cambio y como contraste, el tapen, escondan, como los excrementos del gato, por parte de los diferentes medios de comunicación, fue el común denominador de la denuncia valerosa de Luís Alejandro Velasco y su abogado el Dr. Guillermo Zea Fernández. Se creía, en las poblaciones y grandes ciudades del litoral Atlántico colombiano, que lo de demanda al escritor Magdalenense era “carreta barata” o “puro cuento” o mejor dicho más de “doce cuentos peregrinos”.

“Gabo” no recuerda “cuando era feliz e indocumentado”. Velasco sólo puso los “ojos de perro azul”, como el mar caribeño donde había naufragado hace más de 50 años. Y más que “el olor de la guayaba” tuvo un “dolor por el guayabo” ante tan tremenda injusticia del hombre de las letras colombiano.

Luís Alejandro Velasco murió triste esperando, cual naufrago, una tabla de salvación económica. Nunca le llegó, fue “una crónica de una suerte anunciada”.La evocación, la nostalgia están presentes en la familia Velasco. Son recuerdos del corazón. Son reminiscencias de “vivir para contarlo”. Son, más que la “memoria de mis putas tristes”, las putas tristezas de la desmemoria. Como “vivir para olvidarlo”.

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