Por: Luciano González Sequea
N.R. La presente reflexión salió publicada en la edición 23, de la revista CIERTO, de julio agosto de 2001. Por considerarla de interés y porque su contenido es muy similar a lo que está aconteciendo en muchos medios alternativos, como la televisión, lo publicamos en nuestro blog.
La historia del periodista-empresario, en le deporte, se inicia en 1976 con Wbeimar Muñoz y su programa “Wbeimar lo dice”. Fue el grito de independencia económica de un cronista del deporte. Fue la apertura de una válvula que buscaba gambetear los salarios de miseria que imperaban en la crónica deportiva.
Años más tarde, Oscar Restrepo Pérez y Pastor Londoño Pasos descubrieron que se podía hacer empresa con el periodismo deportivo.
Desde Todelar empezó a gestarse esa figura del periodista deportivo-empresario. Y desde allí, la propia compañía, Todelar, se dio cuenta de los beneficios del esquema. Obvio: Todelar se economizaba costos en su nomina y de paso el periodista “ajustaba” su salario con el consabido “cupo”. Era un buen negocio para todos; bajaban la nomina, las prestaciones de ley, las cotizaciones al Seguro Socia, etc. El periodista no se moría de hambre porque disponía de un dinero extra proveniente de la publicidad que él mismo vendía. El asunto no era malo porque el cronista deportivo aprovechaba su influencia, su rol de ídolo y vendía su imagen. Ningún pecado hasta ahí. Era una relación normal, de tipo empresarial, donde en ningún momento se traspasaban los linderos del periodismo. Pero las complicaciones vinieron cuando los medios de comunicación, radio especialmente, vieron tan bueno el “negocio” que ya extendieron el “privilegio de vender” a todo el mundo. Locutores, controles y hasta los porteros de las emisoras tenían la prebenda del cupo. Llegó un momento en que una empresa radial decía por boca de sus flamantes ejecutivos: ”quien venda, viaja a tal evento”. Y no se les caía la cara de la vergüenza. Echaron a un lado la capacidad del periodista por los resultados económicos.
Lo grave es que este es el esquema dominante hoy. Ya no miden cuantos radios enciende un buen periodista. Sólo importa cuánto puede vender.
En ese orden de ideas, el periodismo se ha convertido en un bazar de oferta y demanda. No importa que el periodista se llame Wbeimar, Santy, Gustavo o Arley…, su capacidad no vale, pues lo importante es lo que produzca ese individuo mensualmente. Lo peor, cuánto puede vender. ¡Y tiene que vender, usted señor periodista deportivo !. “usted tiene que financiar su propio espacio, porque los vendedores de la empresa andan “ocupados” ofertando los noticieros, los musicales, y otras cosas” que, según las empresas, son más rentables que los programas o las trasmisiones deportivas.
Ha llegado a tal punto la presión sobre los periodistas deportivos, que las grandes cadenas (CARACOL y RCN), van eliminado el “periodista-empleado” , y simplemente venden espacios Y transmisiones. Me explico: Sus programas diarios y sus transmisiones valen equis suma; quien los pueda pagar se encarga de los mismos. Viene la parte ética del periodista: Si éste sabe conservar su distancia ante los compradores de pauta o anunciantes no pasa nada. Caso Wbeimar.
Pero cuando se va a solicitar dicho aviso publicitario con el dejo lastimero de muchos (por ejemplo “ayúdeme que estoy colgado con el pago del arriendo”) , ahí sí el periodista pierde su calidad. Pasa a ser un vendedor, y mientras más venda y más se arrastre como un mendigo es considerado el “chacho” de la empresa.
Lo peor de todo es que cada día el periodismo cae en manos de mediocres cuyo único merito es vender cuñas.
Otro capitulo es cómo la venden: Rogando, implorando, casi llorando ( unas veces sin el casi). Sin un mínimo de dignidad y, obviamente, olvidando postulados éticos, porque lo importante es vender.
Ahora cabe una pregunta: ¿ El periodista-empresario es algo bueno o es malo? . Es bueno cuando el periodista no olvida su profesión. Cuando mantiene su independencia crítica. Cuando oferta por una cuña para su programa, sin comprometer su función. Es decirles simplemente un cliente: te ofrezco mi programa que tiene tal sintonía, que llega a tanto público, para que anuncies tu producto. Hasta ahí.
Cuando empieza a rogar por la “cuñita”, a sobar la chaqueta del potencial comprador, ya se perdió el respeto. Es el instante en el quien va a comprar comienza a mirar por encima del hombro, a recriminar ( “Cómo le das de duro a Nacional, que es el equipo. ¡Mérmale!”).
Llegan a limitar la libertad del periodista: “Te escuché hablando tan mal de Juan Pablo Montoya. ¡ No fregués, estás muy equivocado!”. Y termina el eventual comprador de la cuña publicitaria, con una frase muy manida: “voy a ver como te puedo ayudar”. Al otro día, ya el periodista convertido en vendedor, cambia su criterio: “Qué maravilla es Nacional”, “ ese Juan Pablo Montoya es el mejor automovilista del mundo”. Allí no se puede hablar de un periodista. Esta es una persona que cambió su rol esperando que le llegue la salvadora cuña. Si la logra la empresa sólo acata a decir: “Fulanito de tal es un verraco periodista, tiene 50 cuñas en el programa”. Pero, y se habrán preguntado: ¿ cuántos oyentes tiene?
2 comentarios:
Hola. Super articulo. Desafortunadamente, en el entorno, ya todo se vale, no importa si hay que pasar por encima de los valores.
excelente tu nota, y desafortundamente muy realista...voy a colocar este enlace en la red para que los lean muchos ehh...saludos amigo roosevelt y siga con esa actitud tan valiente...
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